El hotel Ibis Lisboa Oeiras de Lisboa debería mejorar la selección de empleados, empezando por los de recepción. Fue entrar en el hotel y sentirme mal. Era como si me miraran por encima del hombro. Mi marido decía que lo hacían porque yo nunca dejo propinas. Lo mismo hago en todos los hoteles y no por eso recibo un trato borde por parte de los empleados.
Encima la limpieza dejaba bastante que desear. Para que cambiaran las sábanas y las toallas se lo tenías que pedir. Aquella gente no sabía lo que era la higiene. Lo mínimo es cambiar sábanas y toallas, sobre todo toallas, todos los días.
La ubicación no es nada buena. Está en medio de la nada. Lisboa te queda a unos 10 kilómetros. Necesitas un coche sí o sí para desplazarte si quieres comer fuera del hotel. En las proximidades no hay ningún restaurante que no sea uno de una estación de servicio.
La habitación no era nada lujosa. Yo la calificaría de funcional. Teníamos una cama de matrimonio con un colchón bastante duro, un televisor aceptable, un armario justo y para de contar. El cuarto de baño cerraba con una puerta rarísima. Hacía como de doble puerta de la habitación cuando la cerrabas.
Nos cobraron el desayuno. Unos seis euros por un buffet que me recordaba los desayunos de la casa de mi suegra: cereales, zumo, café, tostadas. El primer turno para desayunar empezaba a las cuatro de la mañana. Me llamó la atención lo mucho que madrugan los portugueses.
Lo malo de haber varios turnos para desayunar era que si ibas en los últimos comías las sobras de los turnos anteriores. Un desastre. En el último turno las camareras ya pasaban de reponer.
La única ventaja que le encontré al Ibis Lisboa Oeiras es que sobraba sitio para aparcar el coche en los alrededores. En Lisboa, en cambio, aparcar es misión casi imposible.
Encima la limpieza dejaba bastante que desear. Para que cambiaran las sábanas y las toallas se lo tenías que pedir. Aquella gente no sabía lo que era la higiene. Lo mínimo es cambiar sábanas y toallas, sobre todo toallas, todos los días.
La ubicación no es nada buena. Está en medio de la nada. Lisboa te queda a unos 10 kilómetros. Necesitas un coche sí o sí para desplazarte si quieres comer fuera del hotel. En las proximidades no hay ningún restaurante que no sea uno de una estación de servicio.
La habitación no era nada lujosa. Yo la calificaría de funcional. Teníamos una cama de matrimonio con un colchón bastante duro, un televisor aceptable, un armario justo y para de contar. El cuarto de baño cerraba con una puerta rarísima. Hacía como de doble puerta de la habitación cuando la cerrabas.
Nos cobraron el desayuno. Unos seis euros por un buffet que me recordaba los desayunos de la casa de mi suegra: cereales, zumo, café, tostadas. El primer turno para desayunar empezaba a las cuatro de la mañana. Me llamó la atención lo mucho que madrugan los portugueses.
Lo malo de haber varios turnos para desayunar era que si ibas en los últimos comías las sobras de los turnos anteriores. Un desastre. En el último turno las camareras ya pasaban de reponer.
La única ventaja que le encontré al Ibis Lisboa Oeiras es que sobraba sitio para aparcar el coche en los alrededores. En Lisboa, en cambio, aparcar es misión casi imposible.
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