La pandemia del covid-19 hace que nos replanteemos cuál debe ser el tamaño óptimo de las ciudades. Hasta ahora se pensaba en ciudades de unos 350.000 habitantes como aquellas ciudades ideales en las que las ventajas de las economías de escala eran patentes. Las deseconomías de escala no se hacían notar de manera significativa en ciudades de menos de 500.000 habitantes.
El coronavirus sí se hace notar. Es un virus que ataca la vida en ciudades y es más benevolente con los pueblos pequeños y aldeas aisladas, donde los vecinos escasean y los niños casi no nacen. En estas localidades de población dispersa la congestión, la contaminación, la conflictividad social y todas las deseconomías de una ciudad están ausentes. También casi lo está el coronavirus porque es más fácil de controlar.
Lamentablemente, todavía no hemos ideado una economía floreciente para vivir dispersos por el campo. El PIB aumenta cuando aumenta el tamaño de la ciudad. Es en las urbes más pobladas donde se cobran los mayores salarios reales. Los ciudadanos y ciudadanas nos resistiremos a dejar las grandes ciudades. No contemplamos una vida con menos dinero aunque tengamos una mayor calidad de vida en un entorno sin tanta huella ecológica como hay en nuestras ciudades.
Soy pesimista. El futuro será más de lo mismo. Aunque vengan otras pandemias, seguiremos optando por un modelo de ciudades grandes basadas en el sector servicios. La clase política hará nuestra misma opción: seguirá tomando decisiones que favorezcan las actividades productivas urbanas frente a las rurales.
María Rey
Economista
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